A modo de cierre
Resulta complejo decantarse por una teoría para definir el espacio público, pero se puede llegar a la conclusión de que es un producto de iniciativa colectiva, que no está hecho solo de lo físico, de lo material, sino que, en el fondo, está conformado por la vida social, los intercambios ciudadanos, las actividades y por supuesto, por las percepciones, significados y sensaciones que este evoca. Partiendo de esta premisa, la participación ciudadana resulta fundamental, ya que es la forma de relacionarse con lo público y de provocar que las personas se involucren en el cambio de su realidad, entendiendo que el espacio público forma parte de la realidad del ciudadano.
Siendo cierto el planteamiento anterior, la apropiación es el nivel más elevado de participación que puede tener el ciudadano, por ser un proceso y a la vez un fenómeno que lo convierte no solo en consumidor del espacio, sino en productor y gestor del mismo. La apropiación no es más que una forma de explicar los vínculos que las personas mantienen con sus lugares, valiéndose de la participación y la acción comunitaria como instrumento para producir cambios en los espacios, ajustados a las necesidades, requerimientos y aspiraciones de las personas.
Por ello, debe ser valorada la incorporación del ciudadano en los procesos de planificación y diseño urbano en sus distintas escalas, a través de distintas formas de participación y gestión local concertada entre los diferentes actores, y teniendo en cuenta como nueva iniciativa de diseño, el diseño participativo y colaborativo de función social. Se recomienda que para llevar esto a cabo y revertir los procesos de declive y vaciamiento del espacio público, se consideren como estrategias generales las que se extraen e interpretan de los planteamientos de Rodríguez y Abogabir (2000)[1]:
(a) La promoción del espacio público como escenario, la atención al diseño y a la función del espacio público. Desde lo físico-estructural, invita a elevar la calidad de diseño del espacio, donde se tomen en cuenta las comodidades y amenidades y donde se contemplen y expresen las necesidades y aspiraciones de la comunidad. Esto debe ir de la mano con la generación de usos intensivos, diversos y heterogéneos que respondan a la diversidad de individuos de una colectividad. A través del diseño de un espacio, pueden generarse oportunidades para que la gente desarrolle nuevos usos y que permitan darle flexibilidad al espacio. Para ello debe entenderse el sentido de uso que le da la colectividad a sus espacios públicos y cuáles son los deseos de éstos. Se deben generar procesos de apropiación (concepto desarrollado ampliamente por Valera y Pol, 2005) que promuevan la interacción y la sociabilidad.
(b) La promoción de la gestión ciudadana como forma de preservar los espacios públicos, no es más que el involucramiento del ciudadano en el diseño, producción y gestión de espacios públicos, por medio de la participación, a fin de generar apego y lazos de pertenencia, que incidan en la ocupación y posterior apropiación. Es necesario entender que los deseos, aspiraciones y necesidades de los individuos tienen incidencia en el diseño y en el uso que se le dé al espacio.
(c) El aprovechamiento de los recursos sociales y económicos, a través de la conformación de alianzas entre diversos actores, a fin de producir una corresponsabilidad por el espacio público, que incidirá en los niveles de conservación. La estrategia es incrementar el capital social a través de la suma de esfuerzos, intereses y visiones.
[1] Rodríguez y Abogabir (2000) enuncian tres estrategias, cuyas denominaciones son ajustadas, para reforzar el carácter de actuación que posee: Espacio público como escenario cotidiano; ciudadanía en la gestión de los espacios públicos; actores, acciones y recursos
¿Ya has acabado de leerte el artículo? 🙂 Si te ha gustado siempre puedes dejar un ❤️ y si te sigue picando el gusanillo te regalamos otra dosis de arquitectura.
Deja una respuesta