Desde Lefebvre (1968) hasta Harvey (2012) sostienen que la ciudad es el reflejo físico de la sociedad, es decir el reflejo del conjunto de los elementos que la componen (económicos, culturales, políticos, etc.) y las interacciones que se producen entre los mismos.
Si bien a medida que las sociedades han ido evolucionando a lo largo de la historia, las ciudades se han convertido cada vez más en el reflejo de la lucha de poder por ocupar la centralidad del espacio, independientemente del coste social o ambiental que ello supusiera. El plan de Haussman, por ejemplo, supuso la destrucción de más de 20.000 viviendas y la expulsión del centro de París de las familias con menos ingresos, en un proceso similar al que se está dando en la actualidad (2005-2015) en la ciudad de Dakar (Álvarez et al. 2015 a).
Ante estos procesos de lucha por el espacio, tanto Lefebvre (1968) como Harvey (2012) sostienen que cada sociedad tiene el derecho y el deber de posicionarse para producir su propio espacio. Por su parte Castells (2012) afirma que ese proceso de cambio que hace posible la construcción del nuevo espacio, no se inicia mediante la elaboración de un plan en un despacho, sino que se desencadena por la transformación de la emoción en acción, es decir por la superación del miedo frente al poder establecido que permite transformar el imaginario colectivo, y por tanto poner en cuestión lo que hasta ese momento se daba por bueno y viceversa. En este sentido, la toma de las plazas promovidas por el 15M, son para Castells (2012) un primer signo de anticipación de la esperanza que recuerdan la capacidad de toda comunidad de unirse y actuar colectivamente para transformar la realidad.
“Ocurrió cuando nadie lo esperaba. En un mundo presa de la crisis económica,… Los políticos quedaron en evidencia como corruptos y mentirosos…la confianza se desvaneció… en los márgenes de un mundo que había llegado al límite de su capacidad para que los seres humanos convivieran y compartieran la vida con la naturaleza, los individuos volvieron a unirse para encontrar nuevas formas de ser nosotros.”(Castells, 2012:19)
En contextos similares de ruptura del consenso social en muchos lugares del mundo, la movilización social empieza a abrir espacios de organización autónoma para recuperar los derechos y la soberanía, comunidades que se encuentran en el espacio físico (plazas y calles) como en el ciberespacio (redes sociales) para deliberar sobre las cuestiones que les afectan.
En ese contexto surge y se expande, por ejemplo, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) (Álvarez et al. 2015 b), un movimiento que en apenas unos años (2009 2015) ha logrado mostrar que la realidad es transformable (Galeano, 2006), que ¡Sí se puede! La PAH ha paralizado más de 1.663 desahucios, ha logrado el realojo de más de 2.500 personas, y el apoyo del 80% de la sociedad a sus demandas (El País 16/03/2013), que no es otra que se haga efectivo el derecho a la vivienda recogido en el artículo 47 de la Constitución Española. La unión y la acción colectiva de las personas afectadas ha sido el factor clave de este proceso (Colau, A., & Alemany, A., 2012), las “victimas” se han convertido en sujetos activos del proceso de cambio (MaxNeef et al., 1986; 2010), como diría Vidal (2009) han logrado desencadenar la alegría de hacer y convertirla en actos, lo que lleva a que se produzca la materialización del cambio social (Castells, 2012), que puede hacer posible otro modelo de ciudad. Como sostenía la antropóloga Margaret Mead, solo una sociedad organizada y con objetivos claros puede cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado hasta ahora.
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