Nos hicieron creer que las mujeres no teníamos historia
A lo largo de nuestra vida académica nos ha parecido natural el hecho de encontrarnos escritores, historiadores, científicos, artistas o arquitectos en nuestros libros ya que, como seres humanos, necesitamos conocer nuestra propia historia para avanzar hacia el futuro. Estas personas de las que tenemos un sinfín de entradas y publicaciones; personas cuyo nombre, recorrido profesional e invenciones conocemos; personas de las que se hacen películas, de las que se conmemora su muerte o se celebra su cumpleaños; personas a las que se admira y se toman de inspiración; personas cuya mayoría absoluta tiene una característica en común, el género masculino. Ellos, desde que tenemos consciencia humana, han sido los protagonistas de la historia. Pero ¿por qué las mujeres no?
Ya desde las transformaciones que brindó el Renacimiento, que sólo daba voz a burgueses, los que tenían la oportunidad de tener una educación digna y un trabajo menos desfavorecido eran los hombres. Las mujeres, por el contrario, no podían optar por ningún tipo de educación o salario. Es más, este período hizo que las mujeres tuvieran que dejar ciertas profesiones que se les permitía desempeñar con un salario inferior, por lo que se las excluyó aún más.
No fue hasta el siglo XIX que, gracias a la revolución industrial, las mujeres eran admitidas en las plantillas de las fábricas. Eso sí, con jornadas de 18 horas, compaginando el duro trabajo de la industrialización con las tareas del hogar, la atención a sus maridos y el cuidado de los hijos. Aquellas que no tenían la oportunidad de trabajar en las fábricas, no podían optar a más que ser institutrices, damas de compañía o sirvientas de la burguesía, que incrementaba aún más el rechazo de la sociedad. Cualquiera de las opciones que el patriarcado y el capital dictaba para ti, conllevaba unos salarios míseros que convirtieron al género femenino en la parte de la población más pobre del mundo.
Esto no son más que ejemplos para explicar cómo el hecho de ser mujer ha supuesto un esfuerzo añadido a la hora de contribuir en todo tipo de situaciones. Si queríamos salirnos del inapetente ambiente del hogar y desempeñar aquello que los hombres sí podían, nuestras acciones acarreaban unas consecuencias que debíamos afrontar. Desde la exclusión y el rechazo a realidades de desconcierto, injusticia y pobreza. Realidades que a día de hoy seguimos sufriendo y que incrementa según tu etnia, tu nacionalidad o el trabajo que desempeñas.
La historia está escrita por, para, y sobre hombres porque a nosotras no se nos ha permitido contribuir en ella
El proyecto Invisibilizadas nace en enero de 2018 de la mano de siete diseñadoras universitarias que, al percibir de manera desmesurada la diferencia entre hombres y mujeres en el mundo del diseño, el arte y la arquitectura, decidieron dar importancia a aquellas mujeres que han sido relegadas a un segundo plano. El objetivo principal consistía en informar a la población del recorrido profesional e impedimentos que surgían hasta que llegaron a ser lo que son, información que no suele impartirse en clase, que no sale en los libros y que a muy pocos interesa.
Si por alguna razón nuestro nombre aparece en un lugar destacado por haber cambiado el mundo de alguna forma, este seguramente lo haga acompañado con “la mujer de” o , con suerte, “en colaboración con”; frases que infravaloran nuestro trabajo y nos dejan, una vez más, a la sombra de la masculinidad.
Un ejemplo de lo invisibles que hemos podido llegar a ser en el mundo de la arquitectura y el diseño fue el caso de Aino Marsio, que diseñó el famoso Jarrón Savoy, diseño atribuido injustamente a Alvar Aalto, su marido. A pesar de que este jarrón se remonta a 1937, se sigue mencionando a la cara visible de la pareja como autor de este, además de otros mucho diseños que fueron ideados por ella.
Otro caso que debemos mencionar es el de Jane Drew, que siendo una de las primeras mujeres a las que se les permitió estudiar arquitectura, acabó codeándose con hombres como Le Corbusier o Maxwell Fry, casándose con este último y quedando, una vez más, en segundo plano. Aún así, Jane fundó una sociedad de mujeres apasionadas por la arquitectura en plena guerra londinense.
Continuamos con Kazuyo Sejima, que con sólo ocho años ya le fascinaba la arquitectura y abocetaba propuestas. En este caso, una mujer no es relegada por la figura de un hombre, pero sí por la sociedad. Aunque se le ha reprimido por ser japonesa y por ser mujer en múltiples ámbitos de su vida, llegó a fundar el estudio Sanaa y a ser la primera mujer en designarse directora del sector de arquitectura en la bienal de Venecia.
Por último, cabe mencionar a Norma Sklarek que tras considerar que “es difícil para las mujeres obtener proyectos pues los clientes están acostumbrados a trabajar con hombres”, se convirtió en la primera mujer afroamericana con licenciatura en arquitectura. Colaboró en multitud de proyectos como el centro comercial de estados unidos y trabajó en Skidmore, Owings and Merrill.
En definitiva, siempre que se habla de arquitectura, así como de otras muchas disciplinas, lo primero que se nos viene a la cabeza es un nombre de hombre. La clave sería que cada vez más nos surjan nombres de mujeres y esta tarea por reconocer el trabajo femenino parte desde la educación y la sociedad. Con iniciativas como Invisibilizadas, se pretende dar la vuelta a lo que se ha impuesto, para que la próxima vez que nos preguntemos por una persona relevante en la arquitectura, se nos venga a la cabeza una mujer.
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