El espacio del museo –entendiendo su idea por lo que hoy es– es fruto de la evolución tipológica y museográfica que parte desde el delimitado museo decimonónico hasta el sistema abierto actual. Durante el siglo pasado, han crecido exponencialmente el número de ellos, determinado distintas concepciones de espacios y tipologías, acercándose masivamente a la sociedad e institucionalizado el arte.
A partir del siglo XIX, reflejando las aspiraciones sociales de la época, los espacios museísticos darán cuenta del indudable valor educativo que encierran, fijando tres herramientas tipológicas que aun hoy pueden mantener su validez compositiva: amplitud espacial, adecuada iluminación y monumentalidad arquitectónica1.
La ruptura con el pasado de la modernidad de las vanguardias traerá consigo el rechazo del tipo museístico decimonónico –concretado y monumentalizado–. Durante el segundo tercio del siglo pasado, las ambiciones sociales por un lado cuestionarán las prácticas museográficas llevadas hasta entonces, y por otro, buscarán un nuevo lenguaje arquitectónico –y con ello, una nueva monumentalidad–.
Esta controversia entre modernidad y el espacio museístico, se intensificará en los años sesenta y setenta, manifestando una crisis de legitimidad del tipo arquitectónico. Con la llegada de los años ochenta, el edificio del museo –concebido como obra de arte en sí mismo2– se convertirá en la tipología arquitectónica más característica, dando lugar a la aparición de numerosas instituciones artísticas (la gran mayoría), arqueológicas y etnográficas.
En los años noventa, el museo se verá favorecido por la creciente disolución de ideologías así como por la aparición de nuevos sentimentalismos que encontrarán en el tipo el lugar donde satisfacer parte de estas inquietudes. Así, el museo se ha convertido en un símbolo de la sociedad: motivo de orgullo y desarrollo.
Un museo es un reactor donde aumenta la probabilidad de colisión de objetos con objetos, ideas con objetos, ideas con ideas, objetos con visitantes, ideas con visitantes, visitantes consigo mismos y visitantes con visitantes.
Wagenberg, responsable de Cosmocaixa
En la actualidad, el museo es un sistema abierto al servicio de la sociedad, fusión entre la cultura y el arte donde tienen cabida bibliotecas, archivos, centros de investigación, actividades de difusión y educación, conservación, etcétera. Esta amalgama de fenómenos activos, vínculo entre públicos diversos, necesidad de intercambio y la posibilidad de incorporar ciencia y tecnología, hacen del museo el paradigma de la cultura contemporánea.
El viraje de la arquitectura museística limitada como estilo hacia un carácter propio se verá favorecido tanto por parte de la arquitectura como del arte y de la sociedad. Desde el siglo XVIII, se ha producido un acercamiento entre el arte y las personas. La complejidad de la producción actual, mucho más libre2, y la evolución del museo decimonónico, formulador y emisor de significados –empujado por la labor de numerosas instituciones museísticas3–, han hecho de los museos verdaderos lugares de entendimiento, difusión y creación del arte, así como de intercambio4 de conocimientos. Por ello, se ha conseguido institucionalizar el arte moderno y facilitar la comprensión de la historia y el arte a través del presente y hacia el futuro5.
Si quieres aún más información, te recomendamos estas dos lecturas:
FRAMPTON. Historia crítica de la arquitectura moderna.
TUÑÓN Y MANSILLA. Quince años quince museos: un itinerario provisional.
- Desde Durand, se habla de la importancia exterior del museo así como de su función cultural, formalizadas en lenguajes estilísticos.
- Con la pérdida de poder de la nobleza y el clero, se pierde la necesidad de motivaciones y aprobaciones para con la creación artística.
- Centre Pompidou, Fundación Solomon R. Guggenheim, MoMA, entre otros, han logrado el viraje de una contemplación pasiva del arte a una experiencia participativa, social y dinámica.
- Refiriéndose a éstos lugares de intercambio, Solà-Morales propone el término contenedor
- La labor del arquitecto reside en la estrategia proyectual: proponer un espacio neutro, depurado e independiente –con cierta lógica, dada su tendencia acumulativa de anacronismos –, o proponer un espacio cualitativo que engrane continente y contenido.
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