Gracias a mi conducta vagamente antisocial temo no verme nunca encaramado a un pedestal: no alegrará mi efigie el censo de monumentos no vendrán las palomas a rociarme de excrementos.
Krahe, Javier, Y todo es vanidad, Canción, Corral de cuernos (Madrid, 1985)
En estos versos, con clara ironía y aún más intención, se puede dar ejemplo del carisma que la figura del arquitecto ha exteriorizado históricamente. Antisocial, elitista y comprendida por pocos que, al contrario que en la canción de Krahe, sí será recordada por sus propios monumentos.
Durante años, la profesión ha perpetrado ese rol de intelectual inalcanzable que se puede asociar muy rápido con Howard Roark, en la película El Manantial[1]. En ella se muestra a un arquitecto invicto, firme en sus convicciones e incapaz de doblegar su integridad como artista creador. El problema es claro: nadie entiende a los arquitectos.
Esta incomprensión por parte de la sociedad es el reflejo de una relación bastante poco dual entre arquitecto y cliente. Roark lo tenía claro: “yo no construyo para tener clientes: tengo clientes para poder construir”. Negar ese diálogo es reafirmarse en la figura del artista que impone su verdad. Su ética y su estética.
Es una posición unívoca, en la que sólo la opinión del arquitecto es la válida y que sitúa al gremio en la cima de una pirámide clasista y autoimpuesta que colapsa fácilmente. Así se entiende el enfado de Sáenz de Oiza cuando le increpan el diseño ineficiente de El Ruedo: “si no le gusta la casa, déjela. Hágase arquitecto y a ver si la hace mejor”[2]. El mismo Oiza afirmaba en otra ocasión que “la sociedad necesita élites”[3]. De un modo un tanto autojustificativo, se omite el criterio de las masas que, a fin de cuentas, serán quienes terminen utilizando aquello que se construya.
El arquitecto debe asesorar ante cualquier encargo de modo técnico, social y hasta poético si se diera el caso. Le respalda su formación que, sin duda, ha de ser tenida en cuenta. Pero, si en definitiva, un cliente busca un frontón griego, -siguiendo el caso de Roark-: ¿es legítimo hablar de integridad?
José Agustín Goytisolo consideraba la vanidad como una cualidad indispensable para un arquitecto[4], y parece tener verdad. Considerar integridad artística es un fallo en el momento en el que se equipara arquitectura y arte. Así lo entiende también José Ramón Hernández Correa al afirmar que el problema de la profesión radica en “nuestro estupendismo, en nuestra tonta vanidad y en nuestra estúpida tendencia a creernos geniales”[5].
Esto no excluye el hecho de que exista una falta de cultura arquitectónica general, que claramente ayudaría a una mejor comprensión entre ambas partes -pero sin olvidar que, aunque el cliente no siempre tiene la razón, sí que será el usuario final, y en definitiva, será quien pague-.
De nuevo Hernández Correa, con la ironía que lo caracteriza, apuntaba a colación del Pritzker a RCR: “Pues este año tampoco me han dado el Pritzker. Se ve que el jurado no se ha pasado por Seseña a ver balaustradas y canecillos”[6]. Y lo dice con un listado de clientes que, seguramente, sean bien felices en sus viviendas bien distribuidas, bien iluminadas y con un buen frontón griego.
[1] Vidor, King, El manantial (Warner Bros, 1949).
[2] «Soy gitano», Ochéntame otra vez (Madrid, 1991).
[3] “Como arquitecto; ha desaparecido el viaje del asombro, el viaje interior, el viaje reflexivo y sereno, de estudio y esfuerzo; ya no se viaja más que por fuera, buscando la novedad fácil, con curiosidad superficial, de masas, y la masa y la elite no pueden desear lo mismo, y si lo desean, es que todo es masa. Y lo que la sociedad necesita son elites. Y punto”. En Colomina, Beatriz; Lahuerta, José, «Viajes en la transición de la arquitectura española hacia la modernidad» (E.T.S.A. de la Universidad de Navarra, 5 de julio de 2010).
[4] “Uno de los componentes más importantes para que una persona se decida a ser pintor, arquitecto o poeta es la vanidad” En Munne, Jordi Guiu-Antoni, «José Agustín Goytisolo: la arquitectura y la poesía», Athena, 12 de enero de 1977.
[5] de Frutos, Elena, «Entrevista a José Ramón Hernández de arquitectamos locos», Diario de una arquitecta, 25 de noviembre de 2015.
[6] Hernández Correa, José Ramón, Mensaje de Twitter, 3 de enero de 2017.
¿Ya has acabado de leerte el artículo? 🙂 Si te ha gustado siempre puedes dejar un ❤️ y si te sigue picando el gusanillo te regalamos otra dosis de arquitectura.
Deja una respuesta