Probablemente, si alguien por la calle soltara un categórico «¡fe@!», el receptor cuya belleza se ha cuestionado se lo tomaría más bien como una ofensa que como un halago. Sin embargo, eso se debe a que el sujeto interpelado no conoce el potencial de lo feo, ya que si lo conociera le parecería un piropo perfectamente válido.
El feísmo es la tendencia artística o literaria que concede valor estético a lo feo. Esta corriente defiende que se pueden representar elementos (personas, paisajes, situaciones u objetos) grotescos, pero con un resultado estético bello. Parte de esta corriente fueron los primeros expresionistas o los decadentistas, que experimentaron sobre la consideración social de lo feo[1].
El feísmo puede ser también utilizado como una forma de diferenciación de los que comúnmente se conoce como `mainstream´ o, simplemente, popular. Es decir, el uso estético de lo feo se circunscribe a un tipo específico, aunque amplio, de gente que se distingue por su mal gusto[2].
Cuando Baudelaire nos habla del `aristocrático placer de desagradar´[3] pone de manifiesto que esta forma de diferenciación, mediante la vulgaridad y la distinción por lo socioeconómicamente bajo, no es un fenómeno actual. Algo similar ocurría en el siglo XIX, cuando la aristocracia adquiría costumbres y modas propias de las clases bajas para diferenciarse de la nueva burguesía, como Maria Antonieta jugando a las pastorcillas[4].
A lo largo del siglo XX movimientos sociales y culturales han querido destacar por el empleo del mal gusto y por una estética rebelde impostada, tal es el caso del punk en los 80 o del grunge de los 90.
A partir de la llegada del siglo XXI, muchos diseñadores comenzaron a utilizar el feísmo como elemento distintivo ante la sobreestimulación a la que está sometido el público. El trabajo pretendidamente imperfecto —muchas veces relacionado con lo kitsch—, incluso falsamente defectuoso, permite una diferenciación respecto al resto de productos.
Tal y como explica el crítico de arte Daniel Tubau, respecto al impacto en el espectador de este diseño basado en el mal gusto: «el diseñador feísta tiene que dejar ciertas pistas que permitan al espectador o degustador selecto darse cuenta de que no está ante algo de ínfima calidad, sino todo lo contrario: en algunos casos se trata de una perfecta imitación de la basura»[5].
En el mundo de la moda, las firmas de alta costura también han comenzado a utilizar el feísmo —rebautizado como `ugly-chic´— para una estudiada transgresión de lo convencional[6]. Como decía la columnista especialista en moda Diana Vreeland en los 80, «demasiado buen gusto puede ser aburrido». Es decir, al igual que ya ocurriera con la aristocracia en el siglo XIX, las actuales clases altas utilizan el mal gusto propio de los grupos marginales de la sociedad como elemento diferencial, empleando para ello la herramienta de la comodificación.
Es bello porque es horrible[7]
Susan Sontag, Against Interpretation, 1969
Parte del feísmo es la subcorriente camp, que nació en los círculos homosexuales de Nueva York en los años 60 y que se ha utilizado muchas veces de forma irónica para criticar lo popularmente aceptado. El camp supone cultivar el mal gusto hasta convertirlo en una forma de refinamiento superior y, a día de hoy, sigue siendo una forma de ridiculizar la cultura de masas y una herramienta de trasgresión de los cánones estéticos dogmatizados.
Aunque el feísmo ha sido una herramienta recurrente tanto en el diseño, como en la moda o en la música, en el campo de la arquitectura —no así en el diseño de interiores— es difícil encontrar corrientes en las que se proyectase con una voluntad feísta. Lo más cercano a esta apreciación por el mal gusto, por lo irónico y por lo provocativo fueron ciertas manifestaciones del Posmodernismo en la que la literalidad de la función simbólica en los conocidos como `edificios pato´ derivó en edificaciones que comúnmente se relacionan con lo feo. Sin embargo, el irreverente campo de lo feo resulta sin duda una vertiente a explotar por la arquitectura.
El uso del feísmo es un recurso muy útil, ya que con él se consigue la tan ansiada diferenciación en un contexto artístico, social y cultural en el que cada vez resulta más difícil destacar.
Bibliografía
Baudelaire, Charles, y Rafael Alberti. Diarios íntimos. Sevilla: Renacimiento, 1992.
Eco, Umberto, y María Pons Irazazábal. Historia de la fealdad. España: Lumen, 2018.
Kulka, Tomás. El Kitsch. Madrid. Casimiro, 2011.
Tubau, Daniel. «El feísmo y hacerlo mal demasiado bien». Diletante (blog), 17 de mayo del 2013. http://wordpress.danieltubau.com/el-feismo-y-hacerlo-mal-demasiado-bien/
Veblen, Thorstein. Teoría de la clase ociosa. Madrid: Alianza Editorial, 2014.
Venturi, Robert, Denise Scott Brown, y Steven Izenour. Aprendiendo de Las Vegas: el simbolismo olvidado de la forma arquitectónica. Barcelona; Naucalpan [de Juárez: Gustavo Gili, 2016.
[1] Umberto Eco, Historia de la fealdad, 2007
[2] Tomas Kulka, El Kitsch, 1988.
[3] Charles Baudelaire, Fusées, 1867.
[4] Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, 1899.
[5] Daniel Tubau. «El feísmo y hacerlo mal demasiado bien». Diletante (blog), 17 de mayo del 2013. http://wordpress.danieltubau.com/el-feismo-y-hacerlo-mal-demasiado-bien/.
[6] DPatricia Soley-Beltran. «El feísmo vuelve a la moda». El País Semanal, 14 de octubre de 2018..
[7] Sontag, Susan. Against interpretation, 1969. 293
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