Hablar de Arquitectura es hablar de una expresión más del arte de la comunicación humana. Los edificios transmiten, al igual que vienen haciendo durante siglos, un mensaje directo e indirecto, que determina nuestra forma de entender y relacionarnos con ellos, y con lo que contienen.
La función de comunicar se mantiene hoy en día como génesis de determinados proyectos icónicos, tales como iglesias o edificios institucionales, al igual que en su día lo pretendieron quienes proyectaron las pirámides de Guiza, el coliseo Romano o el palacio de los Medici en Florencia [1]. No obstante, pese a que la transmisión de un “mensaje arquitectónico” no es el leitmotiv de la mayoría de edificios que vemos por nuestras calles, la Arquitectura sigue hablando en todos y cada uno de los elementos que la componen.
Desde la utilización de recursos básicos en fachada, hasta la subordinación del proyecto a un fin comunicativo, todos nos hablan del uso y la manera de la que se ha enfocado el elemento arquitectónico.
La Arquitectura no sólo transmite un mensaje propio, derivado de la concepción de un programa concreto, sino que además sirve para entender el entorno socio-económico en el que se emplaza; de este modo, y entrando de lleno en la realidad a pie de calle, podemos apreciar una apuesta por elementos gráficos en las edificaciones post-2007, en un doble intento de llamar la atención del posible comprador, y generar un entorno más dinámico y colorido, algo que, en la mayoría de los casos, no trasciende del espíritu pseudo-decorativo, ampliamente repudiado en las Escuelas[2].
Pero, en arquitectura, no todo es blanco o negro: la utilización de recursos gráficos en fachada, respondiendo a un patrón no aleatorio y basado en las relaciones de la edificación y su entorno pueden, no sólo complementar un proyecto, sino también transmitir o potenciar su mensaje. El reto, sin duda, está en conseguir que estas decisiones no queden en algo anecdótico o decorativo y que aporten significado cohesionando aquello que queremos ejecutar.
De esta forma, la Arquitectura, su lenguaje y tipología, pueden servir como termómetro de la situación social, económica y cultural, más allá del mensaje intrínseco de cada edificación. Un reciente estudio de Andrew Lawrence para Barclays Capital afirma, por ejemplo, una correlación directa entre la construcción de rascacielos y las posteriores crisis económicas devenidas a lo largo de la historia.
Llevada al extremo, la arquitectura puede comunicar de manera literal, a modo de carteles en Times Square, pero el fin no tiene por qué ser necesariamente económico, como lo demuestran distintas actuaciones con objeto social y de cohesión barrial llevadas a cabo por Boa Mistura en las favelas y barrios más desfavorecidos de Latinoamérica.
La Arquitectura es hoy mucho más que una mera edificación impasible con el paso del tiempo: debe tratar de responder a esas exigencias de dinamismo, cambio y, por qué no también mensaje. Todo ello sin caer en la banalidad, transmitiendo aquello que se pretende con el proyecto, proporcionando un valor añadido al entorno en el que se emplaza y consiguiendo generar un «todo» en el que se entienda como una disciplina múltiple, con objetivos y posibilidades diversas.
Hacer de ella un elemento que no sólo comunique, sino que además, aporte significado a aquello para lo que fue pensado, es el objetivo de quienes trabajan por una Arquitectura más profunda y comprometida; una arquitectura que, en definitiva, sirva para generar mucho más que espacios.
[1] Es habitual que muchos de los edificios que han llegado hasta nuestros días tuvieran un carácter eminentemente comunicativo y de representación.
[2] En las Escuelas de Arquitectura y Diseño lo superfluo está considerado, desde el movimiento Arts & Crafts a finales del XIX, algo innecesario y falto de valor salvo en casos excepcionales.
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